Negro y gordo: el histórico bullying al caramelo Media Hora
Duro de morder. ¿Por qué duran 14 minutos menos?
Una de las costumbres más habituales con este caramelo es escupirlo. Otra, debatir acerca de su duración o entender por qué lleva envoltorio diferente si siempre tiene el mismo sabor. Cuando se habla del Media Hora, se habla de la golosina más polémica del mundo.
La grieta se da entre el ansioso del masticable y el paciente cultor del caramelo duro. Y entre lo duros, el Media hora es Clint Eastwood. Además, negro y gordo. Duro de morder antes de los dos minutos, empezó a fabricarse en 1952. El responsable: Rufino Meana, un gaucho con base en Uribelarrea, Cañuelas, provincia de Buenos Aires. ¿Cómo definir su gusto? Rufino lo bautizó “anetol”. La fórmula secreta es tan misteriosa como la de la Coca-Cola y sólo fue revelada cuando Meana le vendió la marca a Stani.
Cuando se lea esta nota, se estarán cumpliiendo 35 años del cierre de la fábrica original. Los Media Hora siguen elaborándose a manos de Mondeléz Internacional con una intimidante advertencia en letra chica: “Riesgo de asfixia”, dice el envoltorio. “No se recomienda para menores de 4 años”.
De los caramelos que se siguen haciendo, es el más antiguo después del Sugus. El Mu-Mú, otro clásico, dejó de existir en los ‘90.
El Media Hora (en rigor 1/2 Hora) tiene un reloj dibujado. ¿En qué hora está? ¿Una y media? ¿Ocho? ¿Cambia la hora según el envoltorio? Alejandro Dolina se ocupó del tema: “Tengo la ligera sospecha de que ese reloj anda”. Como sea, el caramelo dura menos. ¿Alguna vez duró lo que promete? El actual caramelo pesa 4 gramos y, según Alan Bawden, administrador de la distinguida página El Gran Libro de las Marcas, fue perdiendo tamaño con los años. “Antes era una pelotita redonda y perfecta –dice-, ahora se parece más a un óvalo que a otra cosa”.
Alejandro Dolina se ocupó del tema: “Tengo la ligera sospecha de que ese reloj anda”. El actual caramelo pesa 4 gramos y los expertos aseguran que antes pesaba más. «Por eso, mínimo, duraba 20 minutos», dice Alan Bawden, autor de «El Gran Libro de las Marcas».
Los estudiosos del tema –que los hay-, coinciden en un aspecto: no existe un solo nene que pida un Media Hora. ¿Entonces? “Es un caramelo para gente adulta, gente que come nada más que este caramelo”. Lo asegura Ignacio Ocampo, también conocido como Iti El Hermoso, autor de Libro de Quejas, pieza contestataria que hace del reclamo un estilo de vida.
“Tendría una Biblia para hablar en contra del Media Hora, pero prefiero callarme”. ¿Por? “Ninguna golosina puede tener un sabor tan apocalíptico y contrahecho. El sabor de la vejez, el gusto de un suéter lleno de humedad. Es lo que te convida una abuela que vive rodeada de gatos y lo único que tiene para convidar de un tazón lleno, son Media Hora comprados durante la última Dictadura Militar”.
Cuando comenzaron a fabricarse se le atribuyeron cualidades digestivas. Hay una publicidad de 1982 que lo promociona con niños, lógica aspiracional de cualquier golosina. Fue la última vez que se invirtió tanto para un producto tan poco estratégico. Al cabo de distintos días, este cronista pudo comprobar que el caramelo, como mucho, dura 14 minutos.
“No los como”, se ataja Naná, única crítica de golosinas del país. “Intenté descubrir su magia, entender por qué un dulce color caca tenía tan admirable permanencia, pero no pude ni cinco segundos. Creo que en cierto sector de la sociedad es un caramelo vintage; es decir, un caramelo snob que supone distinción y experiencia. En lo personal, si fuera la única golosina en una isla desierta, preferiría comer arena”.
Clarín se comunicó con Mondeléz, actual fabricante del caramelo duro. “No tenemos explicación fehaciente de por qué se llama Media Hora”, reconoció una fuente. Gisela Yajati, directora de Chicles y Caramelos de la empresa, sumó: “Los hacemos en Victoria. Es uno de nuestros productos históricos”.
Gisela confiesa que el caramelo ha sufrido algunas modificaciones a lo largo del tiempo. “Esencialmente se modificaron algunos edulcorantes. Lo que se mantiene intacto es su principal saborizante, el anetol, máximo responsable de su sabor. El anetol es un compuesto aromático con un gusto distintivo que combina anís, hinojo y anís estrellado”.
¿Se vende bien? “Se mantiene estable a lo largo de los años. Es un fenómeno que ha logrado trascender generaciones”. Alan Bawden, al frente de El Gran Libro de las Marcas, investigó obteniendo matices curiosos. “Mi familia tuvo kiosco entre 1989 y 2011. Estuve ahí de chico. Accedí de primera mano a todas las novedades, como los caramelos Frutilla-Crema, de Arcor, espécimen extinguido que era pariente del Menta Chocolate. Me adentré en el tema de este caramelo paradójico: papel colorido altamente llamativo para un nene pero sin la salida del resto. Además estaban ubicados en el poco prometedor fondo de la caramelera, cerca del kiosquero pero no del cliente”.
Alan se encariñó: “Fue difícil de entrada. El hecho de que tuviera varios diseños de papel me hizo probarlo varias veces, investigando hipotéticos nuevos sabores. Cuando le agarré el gusto se me antojó sentirlo seductor. Para bien o para mal, vas a estar bien atento a lo que pasa en tu boca. Comer un Media Hora, en muchos casos, puede ser lo anecdótico de tu día”.
Continúa: “Desde el punto de vista histórico y nostálgico, los Media Hora son testigos vivos de lo que eran las golosinas de otros tiempos. Para mí pertenecen al patrimonio kiosquero junto a las pastillas DRF y el bocadito Holanda”.
¿Que no respete su duración sería un caso de deslealtad comercial? “Es posible, pero más grave sería que le cambien el sabor. No conozco a nadie que haya vivido la experiencia de la media hora o cerca, pero de mi propia experiencia, y la de mi papá, muy golosinero también, los minutos de menos tendrían que ver con un tamaño que se viene achicando hace añares. Antes, seguro, duraban 20 minutos”.
El caramelólogo Alberto Domal, a su turno, dirá que los taimados del Media Hora “son los mismos que discuten la rigurosidad de los 74 metros del papel higiénico y los mismos que desconfían de que las cajas de fósforos contengan 222 cerillas”. A los de Mondeléz se los nota un tanto renuentes. Para empezar, ni ellos mismos saben por qué el Media Hora se llama como se llama. “También hay versiones de que su nombre tendría que ver con el período recomendado entre un caramelo y otro. Uno cada media hora”, dicen desde la empresa.
Cuando intentamos saber si la media hora incluiría lo que uno tarda en ir al kiosco, comprar el caramelo, desenvolverlo –nada sencillo- y chuparlo hasta que se disuelva, las respuestas ya no llegarán.
El galpón de Uribelarrea donde empezó la historia se convirtió en un loft de 415m2. La oveja negra de los kioscos tuvo su Willy Wonka en un asturiano que supo crear una golosina única y sin competencia. El anetol, partícula elemental y adormecedora de lenguas, es un derivado del aceite de anís. De allí su etimología.
Se empezó a fabricar en Uribelarrea, provincia de Buenos Aires, gracias a un asturiano llamado Rufino Meana. Eso ocurrió en 1952. En 1984 cerró la fábrica original y la polémica golosina pasó a manos de Stani. Hoy se continúa elaborando con la multinacional Mondeléz.
El Gran Libro de las Marcas maneja otra teoría de por qué se llamaría Media Hora: 30 minutos antes de su cierre diario, la fábrica de Rufino Meana limpiaba las máquinas. “Las sobras de otras golosinas formarían la materia prima del caramelo de sabor impreciso”.
La sede central de Uribelarrea cerró sus puertas en 1984. Meana le habría echado la culpa a Alfonsín. El caramelo se vende a Stani. La golosina va pasando de manos. Stani se lo transfiere al grupo conformado por Cadbury y Adams. Toma la posta Kraft Foods y luego, hoy, Mondelé, resposable de Terrabusi, Tita, Rhodesia, Cerealitas, Oreo, etcétera.
Los números de producción del caramelo no se dan a conocer por cuestiones de confidencialidad, pero Mondeléz asegura que es una línea de montaje que fabrica a diario: “El Media Hora rota bien y sostiene su promedio de ventas”. En el actual envoltorio, la multinacional figura en los créditos.
Se sabe que la extraña golosina, amada, odiada y de inconfundible sabor, cruzó la cordillera y se vende en Chile. El Gran Libro de las Marcas lo define sin lugar a dudas: “Es un caramelo con sabor a tango”.