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Falleció Adolfo Saracho,

El embajador defensor de los derechos humanos y la energía nuclear. Durante su gestión estuvo al frente de la Dirección de Asuntos Nucleares de la Cancillería y fue embajador en Turquía, entre otros destinos.

Había nacido en Concepción de Tucumán y dejando a sus hermanas los campos que heredó de su padre para estudiar derecho y luego diplomacia en el ISEN. Hablaba inglés, francés, alemán y turco. Durante la dictadura se lo ordenó regresar de Ginebra, sede de los organismos de derechos humanos de la ONU, a Buenos Aires por negarse a sostener el discurso negacionista de la represión ilegal.

Proveniente de una familia radical y liberal de espíritu –en el sentido norteamericano de la palabra- de la mano de Alfonsín creó la DIGAN que logró el control civil y democrático del poder nuclear argentino, hasta ese entonces en manos de la Armada. Luego protegió a la CNEA, INVAP y otras empresas de la industria nuclear con fines pacíficos argentina frente a las presiones de EE.UU. para “desarmar a los desarmados”. Desde la DIGAN convenció a Alfonsín para que en 1986 invitara a su colega brasileño José Sarney a visitar la planta secreta de enriquecimiento de uranio en Pilcaniyeu, Bariloche, y así iniciar el proceso que terminó con la carrera nuclear entre ambos países. En el plano de la transparencia del Estado, rechazó en el 2003 una oferta del kirchnerismo para convertirse en embajador en la Venezuela de Hugo Chávez, conocedor ya de los rumores de corrupción.

Dejó una legión de jóvenes diplomáticos forjados con ese espíritu de lucha por sus ideales y amor por la vida y la libertad. En su tiempo libre, integró el grupo de los caballeros viajeros que le permitió correr el Dakar original, remontar el Amazonas y tirarse en bungee jumping (cuerda elástica) en las cataratas de la Reina Victoria en Zambia, entre otros destinos peligrosos.

Ya golpeado de muerte por una enfermedad incurable, el 30 de septiembre pasado festejó sus 80 años con una brillante fiesta en su finca “La Encantada” en Yerba Buena, Tucumán. Durante toda la noche y mirando las luces de la ciudad nunca dejó de sonreir y tirar buenas ondas a sus amigos. Tomando morfina para soportar el dolor, participó hasta el final de la fiesta con familiares, amigos y una orquesta de jazz, otra de sus pasiones.

“La Encantada”, es otro de sus legados. En los setenta compró una casa estilo colonial francés destruída y abandonada por la maldición de la decapitación de una mujer. Está ubicada en una de las más hermosas lomas del cerro San Javier. Con esfuerzo la reconstruyó según los planos originales y plantó nuevamente la flora autóctona del lugar. Donó plata a Parques Nacionales y creó una medalla para el guardaparques que se recibiera con el mejor promedio.

Rodeada hoy de countries estandarizados, “La Encantada” es hoy un sello de su estilo propio: música, bibiotecas y obras de artes sin ningún aparato de TV. Un edén para descansar y reflexionar. Uno de sus últimos deseos fue crear en base a esa finca la Fundación Adolfo Saracho para promover la política exterior y la defensa del medio ambiente. Sus restos serán cremados y esparcidos en «La Encantada», según su última voluntad.

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