Guillermo Luque cumple hoy su condena por el Caso Morales
La sentencia de 21 años llega a su fin, en un nuevo capítulo del proceso más escandaloso de la historia judicial argentina.
Guillermo Daniel Luque, condenado a 21 años de cárcel por el crimen de María Soledad Morales, cumple hoy el castigo que le impuso la Justicia catamarqueña, en la coronación del proceso más escandaloso de la historia judicial argentina.
Luque termina así de pagar la condena que se le impuso, de manera dirigida y premeditada, en un proceso político, social y judicial sin antecedentes en Argentina.
Luque no mató a María Soledad Morales y el modo más simple de entender que la condena a Guillermo Luque carece de sustento es intentar creer en el fallo de los jueces.
La inexistencia de una teoría sustentable es tan evidente que los abogados defensores de Luque pidieron en reiteradas ocasiones que se procediera a la reconstrucción del crimen y la solicitud fue sistemáticamente denegada, por la sencilla razón de que los jueces sabían que no habría modo de reconstruir los hechos. Era imposible. No podían hacerlo porque jamás supieron qué ocurrió. Y aceptar esa ignorancia equivaldría a admitir que no tenían elementos para condenar a Luque.
Si una persona completamente ajena al proceso judicial procurara reconstruir el crimen basándose en lo que dice el fallo condenatorio, tampoco tendría modo de hacerlo, en primer lugar porque jamás se especificó dónde fue. Tampoco se conoce con precisión el día ni la hora del fallecimiento y mucho menos las circunstancias en que se produjo la muerte de María Soledad Morales.
Para responsabilizar a Luque, la parte acusatoria exigió una serie de pruebas cuyos resultados fueron favorables al imputado, de modo que la acción civil y la fiscalía debieron invariablemente descalificar o relativizar los resultados de los exámenes que ellos mismos habían solicitado.
Y los exámenes no fueron realizados por amigos de la familia Luque, sino por expertos de la Policía Federal Argentina y Gendarmería Nacional, científicos de prestigio, peritos de la Justicia sin vinculación alguna con el acusado.
Luque demostró que estaba en la Capital Federal a través del testimonio de decenas de testigos. No se trata de personas que creyeron reconocerlo, que lo cruzaron accidentalmente en la calle o a las cuales les pareció que lo nombraban. Todos habían compartido con él determinadas actividades, como viajar en automóvil, asistir a clase, hacer compras, ir a comer, es decir, acciones que no dejan margen de error sobre su identificación.
Todos estos testimonios fueron descalificados de un plumazo por los jueces, que simplemente decidieron no tenerlos en cuenta, de manera arbitraria e infundada.
Luque presentó comprobantes de compra de tarjetas de crédito. Responsables de la firma involucrada (Mastercard) explicaron que la tarjeta estaba en Buenos Aires, pero que no podían garantizar quién las había utilizado, lo cual debería averiguarse a partir del análisis de las firmas manuscritas. Las pericias caligráficas ordenadas por la Justicia determinaron que la firma correspondía al patrimonio escritural de Luque.
Las tarjetas estuvieron en Buenos Aires y Luque firmó los cupones, por ende, Luque estuvo en Buenos Aires.
Los certificados de asistencia a clase, tramitados por el propio Guillermo, probaron que estuvo en la universidad John F. Kennedy, los registros telefónicos demostraron que utilizó su teléfono Movicom desde la Capital Federal. Y esto es sencillo de comprobar, porque Guillermo realizó llamadas a sus padres desde el Movicom: el servicio de telefonía móvil hoy está disponible en todo el país, pero en 1990 tenía un alcance limitado y sólo se podían realizar llamadas (hacia cualquier lugar) desde un radio de alrededor de 100 kilómetros de distancia de la Capital Federal. Este detalle decisivo y definitivo no es un invento de Luque, sino que puede ser corroborado (y lo fue) por cualquier técnico especializado en comunicaciones.
Los exámenes toxicológicos probaron en reiteradas oportunidades, incluyendo un tortuoso examen que implicaba arrancar 200 cabellos de raíz con una pinza de mano, que no era consumidor de cocaína.
La proctoscopía, examen que exige anestesia general, demostró que no era homosexual, las pericias bioquímicas corroboraron de manera indubitable que el semen hallado en el cuerpo de la víctima no le pertenecía. Y las características genéticas, como ser secretor o no secretor, no son variables como un corte de pelo. De manera que conviene repetirlo: los exámenes científicos determinaron que el semen que se halló en la víctima no era de Guillermo Daniel Luque.
Peritos de Gendarmería Nacional establecieron que el Ford Falcon de su familia no funcionaba ni tenía restos de sangre.
Ni uno solo de los centenares de testigos que declararon en la causa mencionó un conocimiento previo de Guillermo Luque con María Soledad, ninguna de las compañeras de escuela de la víctima conocía a Luque ni lo había escuchado nombrar.
Pedro Gramajo, Jorge Oscar Martínez, Jesús Armando Muro, Ramón Gabriel Medina, Guillermina Vildoza de Vizcarra, Evangelina Sosa y otros testigos de cargo detallaron el modo en que se les enseñó un libreto y se les prometió favores a cambio de que incriminaran a Luque.
Los jueces dicen que el cadáver fue trasladado en el Ford Falcon de Edith Pretti de Luque, la madre de Guillermo. Sin embargo, jamás la citaron a declarar, algo inexplicable cuando como propietaria del vehículo debería tener responsabilidad en el caso.
Los jueces dicen que el Ford -que según Gendarmería Nacional no funcionaba- entró a la residencia de Luque derramando sangre, al convalidar el testimonio de Ramón Medina -condenado por mentir en esta misma causa, que declaró sin jurar-. La sangre permanece licuada apenas 12 minutos después de producida la muerte, de manera que quien trajo el cuerpo lo recogió del sitio donde se produjo el crimen, ya que 12 minutos antes la víctima estaba viva.
Pese a ello, jamás se procesó ni imputó a Daniel Lucero, que supuestamente conducía el vehículo.
Guillermo Luque «es drogadicto”, pero superó la drogadicción sin tratamiento ni recaída alguna, mágicamente, desde que se abrió la causa. Drogado como estaba, condujo por el centro de la ciudad hasta llegar al Sanatorio Pasteur, para intentar la reanimación de la víctima. Contó con la ayuda de la Policía y de médicos, pero la Justicia que avala esa teoría (y sólo toma el recaudo de decir que recibió asistencia, pero no sabe dónde) no juzgó a ningún policía ni médico por participar de esa maniobra.
A Luque lo ven pasar en cinco automóviles diferentes, pero nunca carga nafta. Ninguno de los testigos que afirma verlo en Catamarca a lo largo de la causa intercambia siquiera una palabra con él. Nadie le habla, nadie lo escucha pronunciar una palabra. Sólo lo ven pasar, se lo cruzan en la calle, en distintos lugares y a la misma hora.
Luque cambia su peinado en cuestión de minutos. Lo tiene alternativamente largo, por los hombros, al estilo punk. Lleva aros que aparecen y desaparecen. Su barba crece y se afeita para volver a estar barbudo segundos después.
El tribunal sostiene que el sábado a la tarde ya estaba en Buenos Aires operando con su tarjeta de crédito, pero Héctor Carrizo dice que el sábado a la noche lo ve manejando una traffic en Catamarca. La Justicia determina que ambas actividades son ciertas: estaba en dos provincias a la vez.
La Justicia declara el sobreseimiento de todos los policías que montaron guardia en el domicilio de Luque, admitiendo que ninguno de ellos vio al acusado, pero el tribunal considera que todos ellos mienten y que la verdad es de Medina, quien a su vez ya fue condenado por mentir. La Justicia catamarqueña resuelve así que es verdad que los policías lo vieron y que es verdad que no lo vieron.
Luque «asiste al local bailable Clivus”, donde esa noche concurren más de 1.700 personas. La única que lo ve, entre 1.700 personas, es Rita Furlán. Nadie lo vio entrar, nadie lo vio salir, sólo ella lo vio dentro del local; ya que el restante testigo que apoyó esta teoría, Jesús Muro, rectificó todos sus dichos explicando que el relato que ofreció fue armado por el fiscal Gustavo Taranto.
La denuncia de Muro llegó a la Corte Suprema de Justicia de la Nación, que la remitió a la Corte de Justicia de Catamarca para que la investigara, pero aquí nunca se investiga, sino que se archiva el caso.
Como las pericias pedidas por la propia parte acusatoria demuestran que Luque no fue el violador, se explica que sería culpable de ese delito aún sin penetrar a la víctima, sólo por participar de aquella reunión en que María Soledad perdió la vida.
La «coautoría” es terminante y amplia en sus implicancias: Luque es coautor del crimen aunque no la haya tocado, sólo por estar allí. Con esa teoría, ya no necesitan pruebas: Luque es declarado coautor del crimen. El tribunal determina que entre los demás autores estaban Hugo Ibáñez y Eduardo Méndez: se los detiene y se los procesa, pero ambos son sobreseídos. La Justicia los desvincula del caso al comprobar que Muro mintió en su declaración y que la historia del múltiple encuentro en Clivus era falsa. Todos quedan libres, menos Luque, aunque Muro admitió que no lo conocía y que jamás lo había visto (ni en Clivus ni en ninguna otra parte).
No hay más culpables, no hay coautores ni se los busca: Luque es, para la Justicia, el único que estuvo con la víctima, no se droga pero la drogó a ella a la fuerza, no la viola pero es el violador, no la mata -según los jueces, incluso, quiere salvarla- pero es el responsable de la muerte.
Los jueces ordenan el procesamiento por la presunta comisión del delito de falso testimonio a más de 30 testigos. Ninguno es convocado jamás para declarar. Todas las causas quedan en el olvido y proscriben. Se habla de un encubrimiento gigantesco: jamás se investigó o procesó a nadie por ese delito.
A lo largo de la causa, al menos cinco testigos diferentes ven a personas distintas arrojando cadáveres, desde toda clase de vehículos, en el lugar del hallazgo. Se considera válida la versión del colectivero Carlos Ponce, que culpa a Arturo Arroyo, Rubén Figueroa y Diego Jalil, pero los tres son sobreseídos por la Justicia catamarqueña, que dictamina que es verdad que Ponce los vio arrojando el cadáver y que es verdad que ellos no lo hicieron.
El juez que condujo el primer debate denunció que se lo presionó con el fin de que condenara a Luque. Jamás se investigó su denuncia.
En el segundo debate, se incorporó el hecho diverso aplicando un Código Penal que no existía al momento de cometerse el crimen.
La Justicia dictaminó que Luque es culpable sin explicar cómo conoció a la víctima, qué hizo con ella, dónde estuvieron ni con quiénes.
Se acusó a Luque de incorporar intencionalmente el tema de la droga para beneficiarse con supuestos contactos en la Justicia Federal. Se explica que la cocaína es un invento de Luque porque aparece en una cinta añadida al cadáver después de la exhumación. Luque «inventa” el tema de la droga y para impedir que lo hiciera se anuló la pericia médica que mencionaba la cocaína, pero luego la acusación cambia y se basa en la droga, por lo cual se reincorpora una pericia declarada nula a partir de la declaración testimonial de los peritos que la realizaron.
La abogada de la acción civil, Lila Zafe, descarta la existencia de droga. El perito de parte de la acción civil, Mario Marcolli, quien participó de la segunda necropsia, niega terminantemente que una sobredosis haya sido causal de muerte. Tiempo después, cambian los abogados y la acción civil se une a la Fiscalía para pedir la condena de Luque tras señalar la sobredosis como causa de muerte.
La acción civil dice que la Policía catamarqueña defiende a Luque y reclama entonces la presencia de Luis Patti, pero cuando Patti dice que Luque es inocente lo acusan de ser comprado por el acusado.
Guillermo Luque «conoce a Luis Tula porque iban al mismo colegio”, aunque los oficios del establecimiento indiquen que Tula dejó de cursar dos años antes de que ingresara Luque.
Todas las pruebas de Luque son falsas, todos los testimonios contra Luque son verdaderos.
La acusación admite que no hay pruebas, pero considera que los indicios son suficientes. Tampoco hay indicios, pero los imagina.
Esa es la teoría de la sentencia: no hay teoría. Todo lo que se afirma es que Guillermo Luque es culpable, pero jamás se explica cómo ni por qué.
En todo el expediente, incluyendo las actas de debate, no hay una sola persona que diga cómo mató Luque a María Soledad. Más aún, no hay una persona que los haya visto juntos, siquiera una vez. Porque lo más aproximado es Rita Furlán, la única testigo que los ubica en el mismo local bailable, pero en lugares diferentes.
Todo lo que existe son declaraciones de médicos que especulan sobre una docena de causas posibles de muerte y chismes de unas pocas personas que, por dichos de terceros o cruces accidentales, creen haber visto a Luque en Catamarca.
Eso fue suficiente para derribar todas las pruebas que corroboran de modo irrefutable que Luque estuvo en la Capital Federal.
Así planteado el caso, no existe otra conclusión posible que admitir que se condenó a un inocente y que se lo condenó de manera intencional. Que fue una causa armada y definida desde mucho antes que se pronunciara oficialmente la Justicia.
Ensalada de acusaciones
Todas las resoluciones dictadas por los jueces en la etapa de Instrucción le imputan a Guillermo Luque delitos distintos: José Ventimiglia lo acusa de homicidio simple y describe una muerte por drogas, sin violación. El mismo Ventimiglia lo procesa luego por homicidio simple agravado por el uso de estupefacientes, sin violación; Manuel Zeballos le imputa violación seguida de muerte, sin drogas; José Carma lo acusa de homicidio simple y describe una muerte por asfixia, sin drogas ni violación; la Cámara Penal Nº 1 le dicta el sobreseimiento total y definitivo por falta de elementos que lo vinculen al crimen, pero después, manteniéndose la misma falta de elementos, la Corte de Justicia le imputa un homicidio preterintencional, sin drogas ni violación; el fiscal lo acusa de violación seguida de muerte agravada por el uso de estupefacientes y por este delito se lo condena, sin que ninguno de los 14 magistrados actuantes haya explicado cómo ocurrió el crimen.
El fallo
El viernes 27 de febrero de 1998, los jueces David Olmedo de Arzuaga, Jorge Álvarez Morales y Edgardo Rubén Álvarez declararon a Guillermo Luque culpable como coautor responsable del delito de «violación seguida de muerte agravada por el uso de estupefacientes” en perjuicio de María Soledad Morales. Le aplicaron una pena de 21 años de cárcel, que hoy concluye por computarse doble el tiempo que estuvo detenido antes del juicio.