La única certeza es que la coalición de gobierno está quebrada
Ni siquiera Gabriela Cerruti hizo esta vez mucho esfuerzo en negar las diferencias en lo más alto del poder, al confesar que -como señalamos la semana anterior- Cristina no le contesta a Alberto los mensajes. Con todo, el matrimonio por conveniencia se mantendrá en la formalidad.
Polémica, en una de sus conferencias de prensa de los jueves la portavoz presidencial Gabriela Cerruti pontificó sobre la necesidad de contar con al menos dos fuentes para solo así dar por válida una información periodística. En este caso la afirmación de que la relación entre el presidente de la Nación y su vice está rota ha sido expresada durante la última semana por más de dos fuentes de uno y otro sector; y si bien en algunos casos suena más como hipótesis que como certeza, dadas las circunstancias resulta difícil ponerlo en duda.
Algunos se atreven incluso a señalar el momento de la formalización de la ruptura, y es cuando se votó en el Senado el acuerdo con el Fondo Monetario, sin la presencia de Cristina Kirchner. En ese momento, afirman cerca del presidente, éste concluyó que la relación ya no tenía vuelta atrás.
Aunque teniendo en cuenta la volatilidad de las opiniones del mandatario, no habría que darle un cariz definitivo a esa consideración.
Lo cierto es que si bien los componentes de la fórmula presidencial siempre parecieron tener proyectos diferenciados en el ejercicio de esta gestión, a partir del acuerdo con el FMI los caminos parecieron bifurcarse definitivamente y hoy cada uno tiene una hipótesis bien distinta sobre el futuro.
Mientras Alberto Fernández está convencido de que el acuerdo representa un punto de inflexión y le da aire para remontar su gestión, al punto tal de animarse a soñar con un segundo mandato como esbozó la semana anterior; la exmandataria imagina un final totalmente distinto y no le ve ningún futuro auspicioso a la presidencia de quien eligió en 2019.
Por si hacía falta, la visión drástica y definitiva la expresa el comunicado de los senadores camporistas que el jueves votaron en contra, en el que reconocen las tensiones y debates que el tema abrió en sus filas y aseveran que la negociación de esta deuda “condiciona a nuestro país y la vida de las familias argentinas”.
No le auguran allí al acuerdo un final feliz. Por el contrario, dicen saber que el mismo “no logrará cumplir con el objetivo de ‘crecer para poder pagar’”, y el final del texto es lapidario: “Esta artificial encrucijada a las que nos pretenden someter, de aceptarse, se transformaría en la derrota no solo del pueblo que sufrirá las consecuencias de este pacto, sino que, además, se transformaría en la dolorosa derrota de LA POLITICA, verdadera y vital herramienta que desde nuestras bancas, pero fundamentalmente como militantes, no estamos dispuestos a aceptar”.
Semejante postura expuesta por quienes expresan el pensamiento vivo de la vicepresidenta grafica un camino sin retorno. “La coalición de gobierno hoy está quebrada”, aseveraba el viernes ante este medio un encumbrado diputado que no pertenece al oficialismo ni a la principal oposición; esto es, desde fuera de la grieta. Una sentencia que no es reconocida en “on” por ningún oficialista, pero muchos de ellos fruncen el ceño y se sinceran cuando se garantiza discreción.
En la sucesión de discursos escuchados en ambas cámaras las últimas dos semanas, una y otra vez miembros del Frente de Todos reconocieron las diferencias internas ante a este tema, pero garantizando que el día después de la votación ya estarían trabajando en las cosas que los unen. Como si éste fuera uno de esos temas “de conciencia” que ameritan una votación transversal. La realidad es que lo que estuvo en discusión en las últimas semanas no era la intervención voluntaria del embarazo, o el matrimonio igualitario, sino una cuestión que define el futuro de esta administración. Más allá de las vueltas retóricas que se utilicen para explicarlo, quienes votaron de manera negativa no hicieron más que pronunciarse contra su propio gobierno.
Afirman quienes hablan seguido con Cristina, o con los que tienen trato con ella, que está convencida de que con este acuerdo el Gobierno selló su destino electoral. Obviamente le augura un futuro perdidoso y la postura adoptada por ese espacio apunta a conservar el relato, replegarse con las banderas en alto y atribuirle al presidente la responsabilidad plena de lo que estiman será una gestión fallida. De más está decir que también descuentan que el programa suscripto será incumplido, más temprano que tarde.
Con todo, tampoco es que Cristina ha salido fortalecida de este trance. El rechazo en Diputados -léase votos en contra y abstenciones- reunió el 35% del oficialismo; en tanto que el jueves último esta postura alcanzó en el Senado al 42% del Frente de Todos. No fue la mayoría, para quien considera ser la verdadera líder del peronismo contemporáneo, pero hay que reconocer que es una porción sumamente importante. En definitiva, semejante división dejó seriamente heridos a ambos sectores.
¿Que la relación esté quebrada es preludio de una ruptura formal? “De ninguna manera”, coinciden en remarcar las fuentes oficialistas consultadas. “No piensan dejar las cajas”, afirman con aire insidioso los más identificados con Alberto Fernández, en referencia a los camporistas. Con una grieta oficialista cada vez más evidenciada, imaginar una derrota a plazo fijo no los lleva sin embargo a entregarse mansamente a ella, como supondría alentar una ruptura formal del Frente de Todos.
Cristina Kirchner tampoco está dispuesta a dejar ese cargo. Por razones judiciales, dirán los que no la quieren bien y algo de eso hay; pero tampoco quiere convertirse en Julio Cobos, dice ella sobre el vice, al que nunca perdonó por votar en contra de la 125.
Su ausencia a la hora de la votación, el jueves, había sido preanunciada desde este mismo espacio la semana anterior. Era más que previsible que no estaría al momento de anunciar que ese proyecto que ella rechazaba se convertía en ley. Sí estuvo al inicio del debate, como suele hacer, y a diferencia de otras veces -que solo vuelve para el cierre-, esta vez lo hizo a la mitad de la sesión. Escuchó completo el discurso de la salteña Nora del Valle Giménez, que votó en contra, y un tramo del de Adolfo Rodríguez Saá, que también votó en ese sentido. Después ya no regresó.
Con renovados bríos por evitar un default que se hubiera llevado puesto a su gobierno y sobre todo por la cantidad de votos obtenidos, el presidente anunció la declaración de guerra contra el principal problema que afecta a los argentinos en general y a su gestión en particular: la inflación. No fue una buena analogía la que se le ocurrió, pero más allá de la fallida expresión elegida, propios y extraños sabían que difícilmente pudiera anunciar el viernes alguna medida convincente.
El resultado fue aun más decepcionante. El presidente no anunció el viernes prácticamente medidas, trasladó la expectativa a lo que sus ministros vayan estableciendo y la próxima semana iniciará una serie de encuentros para buscar pactos y entendimientos. Nada que permita alentar mayores expectativas; más bien lo contrario.
También se confirmó este sábado el aumento de las retenciones que se veía venir desde que el fin de semana anterior lo dieron a entender al suspender las exportaciones de aceite y harina de soja. Ese fue un nuevo despropósito del Gobierno, que cuatro días necesitaría los votos de la oposición, por lo que debió salir a desmentir lo que dos días después efectivamente hizo. No le quedaba otra, tampoco a Juntos por el Cambio, que sabía que eso sucedería pero quería sacarse de encima de una vez el compromiso sobre la deuda. La principal oposición está convencida de que será gobierno en dos años y más allá de lo que opinen los halcones no quería asumir con un país en cesación de pagos.
El presidente está ilusionado en que con el acuerdo con el Fondo bajo el brazo podrá recuperar centralidad, marcar la agenda y emprender un camino ascendente en la consideración popular. Sabe que el principal problema que embarga a la sociedad es la inflación y quiso mostrarse dispuesto a tomar el toro por las astas.
Pero las perspectivas son bien negativas en todos los sentidos: la inflación de febrero fue muy elevada (4,7%), y para marzo se espera un número aun superior.
Sobre llovido mojado, la guerra en Ucrania ha empeorado todas las variables. Entre ellas la cuestión energética. Tendremos un invierno muy crudo, habida cuenta de datos contundentes: la Argentina ha vuelto a necesitar barcos gasificadores. 70, para ser precisos, y por demoras en las licitaciones vinculadas a la falta de dólares, solo se ha asegurado hasta ahora uno.
“El suministro hogareño está garantizado”, aseguró una fuente consultada respecto de qué invierno nos espera, pero a costa de las industrias. Cortes programados mediante, esa medida afectará la producción, con consecuencias sobre… la inflación.