Locales

Metrónomos incómodos

Casi como un reloj con poca pila, el tiempo se empezó a detener lentamente: Tac… Tac… Tac.

El ritmo se desaceleró y hubo como un apagón de luces de fábrica cuando termina de producir a medianoche.
No recuerdo muy bien cuándo ni cómo sucedió, pero sí que mi metrónomo interior venía haciendo “tactactactac” sin pausa a la vista. Tal vez fue durante el segundo anuncio de una obligatoriedad necesaria. No distingo bien ese momento. Sí puedo identificar, en cambio, todo aquello que se convirtió en un tiempo parecido al tiempo de estar debajo del agua, que es denso y un poco confuso, o al espacio ingrávido donde nunca estuve, pero supongo cómo es por las películas.

El tiempo de encierro me enfiló en un sinfín de preguntas frente a un espejo inagotable. Casi una autoterapia que induce a aprovechar el impasse y el impacto, y a detenerse: “encontrarse”, pienso. Reencontrarse. Algo imprescindible, que lo brinda el tactac espaciado y no el otro, el de los días para el consumo y el capital. (“Dale, Pichi, no te vayas a poner Buc4y, metele que la situación es difícil y todo mundo la pasa como el culo”).
Pero inevitablemente vuelvo: siento que dos ritmos me envuelven. Dos o más quizás, quién sabe. El ritmo del ciclo de la pausa y del encierro, y el del ciclo de ciclar como mina, cada 28, que se divide en 4 semanas, que a su vez dividí por estados: semana “pre”, semana “mens”, semana “pos” y la otra tipo libre. En algunas me hallo mucho más creativa, dinámica, altiva. En otras no quiero ni a mis gatas ni a mi sombra. Los tactactac se pelean por ver cuántas pausas se debaten entre ellos. Y encima el Tac… Tac… Tac del encierro… ¡ay! Pero me acomodo a él… y en parte me gusta: tiempo para pintar, tiempo para ordenar, para reflexionar, para no hacer un culo, o para hacer un montón y sentirme plena. Vino bien observar todas mis facetas esquizos para aceptarme, darme la mano y hacer un trato hasta dentro de 28 días más.

Pienso en un libro que terminé hace poco, que me recordó que los ancestros de nuestras comunidades vivían el tactactac pausado: todo dependía de la siembra, la cosecha, las lunas; unas cuantas para trabajar, cuatro tal vez, y otras ocho para descansar y observar; encontrarse y explorar. Hay una pista que me atrae por ese lado. ¿Quién nos obligó a creer que los días son así de intensos como son? ¿Por qué seguimos un ritmo que a veces no queremos?
De repente me despierto con una alarma y tactactactac. Salgo a la calle ilusionada con que todo cambió, pero las motos siguen pasando en rojo, maldición. El metrónomo afuera es el mismo. Qué pena. Desilusión.
Por lo menos me viene un aire de optimismo (“ojo con Buc4y, Pichi, ojo”) intento no aferrarme al “clishé” de “vive el momento”, “disfruta el hoy” y tiendo a buscarle un disfraz a esa frase fácil tratando de adaptarla a este panorama. Intento armarla, pero me surge la más acertada de Marx: todo lo sólido se desvanece en el aire. ¿Cuánto verdaderamente podemos aferrarnos a una vida sin vaivenes, sin zamarreos, creyendo que todo lo planeado no se puede desmoronar?
Creemos, a veces, en una infinitud de las cosas que no existe. Como si lo definido fuera lo cierto. Cuando en realidad, en lo desconocido, en lo difuso, a veces está la respuesta.
Un aire de optimismo, decía, me envuelve… Me muestra que se manifiesta en el ambiente un saber que es homogéneo, una verdad entera, no a medias; un secreto a voces; un apartado casi obligatorio: no hay dólares, ni títulos, no hay padeceres que valgan. Ante la muerte somos todos iguales. Sus ojos tienen un cristal idéntico porque es la única certeza en esta vida.
Tac… Tac… Tac.(dx)

(Por María M. Matías [Pichi] -texto- y Epifanía -fotografías-, desde San Miguel de Tucumán)

FUENTE : www.dixihedicho.com.ar

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