Miseria, hambre, abusos y una enorme frustración, el rostro de la crisis en Venezuela
El salario básico suma 10 dólares. Y se necesitan 19 sueldos cada mes para pagar lo mínimo. Eso tampoco es posible por el desabastecimiento y la hiperinflación.
La mujer mira con el ceño fruncido la pantalla en el supermercado mientras la cajera pasa los productos. Cuando ve que el monto supera los 32.000 bolívares (unos 8 dólares), la frena. “Saca los guacamoles (palta)”, pide con resignación. Ya son 6.000 menos, pero tampoco llega. “Saca las manzanas”. Otros 5.000 menos. “Pero claro, mujer, eso es carísimo. Saca también las aceitunas”, aporta otra clienta desde atrás en la cola. Recién cierra la cuenta cuando baja a 17.000 o cuatro dólares.
Las compras hogareñas en Venezuela son una batalla de esmeros y ecuaciones cotidianas. Ayer, en varios centros de venta se habían terminado los huevos, que este mes subieron 2.117%. El litro de aceite de maíz en el mercado negro cotiza a 5.327 bolívares (dólar y pico en el mercado negro), cuando el precio oficial es de 28 bolívares.
La Canasta Básica Familiar (CAF) se ubicó en marzo pasado en 772.614 bolívares según el Centro de Documentación y Análisis Social de la Federación Venezolana de Maestros (Cendas). Esto son unos 190 dólares en el mercado negro (1 dólar, 4.000 bolívares), el único al que la gente puede acceder porque el oficial (700 bolívares) sólo es para operaciones empresariales y del Estado. Implica un aumento del 440,8%, en comparación con igual mes del año pasado. Si se toma el salario mínimo vigente desde enero (40.638,15 bolívares ó 10 dólares), una familia requiere hoy de aproximadamente 19 salarios mínimos para poder cubrir sus necesidades básicas.
El gobierno de Nicolás Maduro trata de paliar este cuadro de abstinencia con un bono alimentario obligatorio para privados y estatales de 90.000 bolívares (22 dólares). Pero no llega a todos porque una gran mayoría trabaja en negro. Los privilegiados que lo cobran también tienen problemas: muchos productos se venden a un precio exorbitante en el mercado negro, donde el bono no tiene cabida.
“No hay nada. Hay que hacer colas de 5, 6, 7, 8 horas para conseguir algo. A veces nos levantamos a las 4 ó 5 de la mañana porque nos dicen que va a llegar un producto. Pero no llega nada y tenemos que regresar con las manos vacías”, cuenta Carmen Alcalá, sacudiendo su dedo índice en la cara del cronista. Teresa, robusta venezolana que no se pierde una marcha opositora, explica que “el arroz a precio oficial se vende a 3.500 bolívares. Pero, como no lo consigues, debes ir a los bachaqueros (mercado negro) que te lo dan a 5.500 ó 6.000 bolívares”.
Carmen no se aguanta y se mete otra vez en la conversación. “Claro, el gobierno le da las cajas solidarias a la gente, pero cuál es la comida: arroz, pasta, un poquito de aceite, un paquete de azúcar. Eso no es comida, comida es queso, comida es carne, comida es pollo”, marca con el índice.
Las cajas solidarias son repartidas por los Comités Locales de Abastecimiento Popular (CLAP). No las regalan, las venden a 15.000 bolívares (US$ 4,nuevo precio desde el mes pasado). Contienen pocos productos esenciales.
Andreina vive en la zona oeste de Caracas, un feudo chavista. Cuenta que a ella le vendieron varias veces las cajas CLAP. “Nosotros las compramos. Traía un paquete de pastín de fideos (para bebés), uno de azúcar, aceite, dos paquetes de arroz, dos latas de atún y medio kilo de leche en polvo. Ahora hace tiempo que no vienen. La última la pagamos, pero no la trajeron”. Muchas de esas cajas terminan en el bachaqueo, donde se les saca unos bolívares más. “Sólo un kilo de leche en polvo se vende a 15.000 bolívares, imagínate la ganancia que le sacan”, apunta.
Al mediodía Caracas es un hervidero. A los venezolanos les gusta comer, y comer abundante. Pero no se ve gente en los restaurantes y bares. Donde sí se amontonan es en los carritos callejeros, donde un pancho cuesta 1.500 bolívares (menos de medio dólar) y una hamburguesa 3.000 ó 3.500. “Así se pone al mediodía”, dice Victor, juntando los dedos de su mano, mientras atiende su puesto sobre la avenida Francisco de Miranda. “Todos empleados, oficinistas, de aquí de la zona. ¡Qué van a ir al restaurante, con lo que cuesta ahí!”, justifica.
En un MacDonald, el combo más barato (precio oficial) sale 8.000, un quinto de un sueldo básico. Claro que si uno quiere un combo un poco más sustancioso el precio casi se duplica: 15.000 bolívares. Sólo se ven algunas parejitas adolescentes en los locales compartiendo una sola gaseosa que estiran hasta la eternidad.
El otro aspecto estresante es la escasez, y las colas interminables, muchas veces sin resultados concretos. “Busca por ahí”, indica la empleada del super cuando una mujer le pregunta por leche en polvo (la única que se vende). “Ah, pero ya hace rato que se terminó”, le dice otro empleado cuando la clienta llega a la góndola. En su informe, Cenda señala que al menos 17 de los 58 productos que componen su lista de alimentos “presentan problemas de escasez”.
La crisis hizo que la clase media venezolana se vaya diluyendo, y creciera la pobreza. Hoy llega al 82% de la población. Araceli tiene ojos negros como la noche y la piel color tierra. “Ahora todos somos igualitos, todos pobritos”, dice, admonitoria. Y remata, directo al corazón: “Tengo una sobrina que dio a luz hace cuatro meses y su niña tiene tercer grado de desnutrición porque no consigue cómo alimentarla”