El misterio de los 105 despertadores encontrados en la basura de un juzgado que se convirtieron en una instalación artística
Luego de estar guardados por más de 20 años sin que nadie pudiera determinar su procedencia.
Un juez rescató más de cien relojes a cuerda que aparecieron entre los residuos de Tribunales.
«¿En qué cree que se le fue el tiempo? ¿Cuál sería para usted el tiempo roto?». Las preguntas se repiten ante la llegada de los distintos invitados que, en el silencio que impone la feria judicial y el poco movimiento en los pasillos del lugar, se sorprenden ante la instalación artística. Es que luego de rescatar 105 misteriosos despertadores con dibujos infantiles que aparecieron entre la basura de un magistrado vecino, las paredes del Juzgado Penal Económico 6, ubicado en la sede judicial de Avenida de los Inmigrantes y a cargo del juez Marcelo Aguinsky, se convirtieron en una galería de arte inusual que invita a los visitantes justamente a interrogarse sobre el tiempo.
En medio de las paredes grises, al mirar el centenar de despertadores desplegados algunos probablemente lo hagan sobre los tiempos de la Justicia, otros sobre el paso de los años o sobre la desidia de acumular durante décadas algunos objetos inexplicables.
Según quienes recorren con frecuencia distintas dependencias judiciales, no es inusual que, por falta de espacio, distintos papeles, documentos y hasta objetos que alguna vez fueron prueba en alguna causa trascendente se acumulen en las oficinas durante varios años.
En el caso de los misteriosos relojes a cuerda que hoy componen la curiosa pieza artística titulada en latín «Tempus Contritum» (tiempo roto), ocurrió lo que ocurre muchas veces.
Según le contaron a Infobae empleados de Tribunales, luego de estar guardados veinte años en una bolsa sin que nadie supiera qué hacer con ellos y luego de que en más de una ocasión los despertadores hicieran algún tipo de ruido, las autoridades decidieron descartarlos. Antes de eso, y para seguir el procedimiento correspondiente, debieron romperlos para asegurarse de que nadie pudiera lucrar con ellos.
«Siempre está el debate sobre qué hacer, si se puede hacer donaciones con estas cosas que aparecen o si el camino es destruirlos», le confió a Infobae un secretario. «En general se opta por la destrucción, pero lleva mucho tiempo tomar la decisión», agregó.
Quizá sea una forma de despertar al que pasa”, dijo el juez Aguinsky.
Una vez que los despertadores llegaron a la basura, fueron el propio juez Aguinsky y el encargado de seguridad del lugar, Luis Gutiérrez, quienes los encontraron de manera casual, en una bolsa de consorcio en un pasillo. Y salieron a su rescate. Les llamó la atención que todos tuvieran el mismo tamaño, los mismos motivos del cómic belga Spirou, estuvieran con los vidrios rotos y quedaran detenidos en distintas horas.
Fue entonces que se pusieron manos a la obra y, aprovechando la calma de la feria judicial, montaron la instalación, que fue inaugurada por estas horas con un pequeño brindis, como en una galería de arte. La obra tiene al costado un pequeño cuadro con el título y el nombre de los autores, Aguinsky y Gutiérrez.
¿De dónde salieron los relojes? ¿Se trató tal vez de algún elemento incautado en alguna causa por contrabando? ¿Cómo llegaron al país? Nadie lo sabe con certeza. Un acta de 2016 señala que tanto los relojes como una serie de revistas consideradas «pornográficas» habían estado en el lugar, que tramita justamente causas ligadas a delitos económicos, posiblemente desde fines de los años ’70. Pero no hay más rastros.
Los 105 relojes ahora expuestos sobre la parte trasera de un mueble le dan la espalda a expedientes, escritorios, computadoras y hasta alguna máquina de escribir que descansa arriba de un armario por allí, sin uso, desde hace años. Entre el polvillo acumulado y los papeles de todo tipo atados con hilos, abrochados o abarrotados en carpetas, los despertadores no pasan inadvertidos.
El juez y mentor de la obra, que tiene a su cargo trascendentes causas ligadas al contrabando y a delitos aduaneros, entre otras, prefiere que cada uno le busque un sentido a «Tempus Contritum». «El arte siempre es interrogante», asegura. «Quizá sea una forma de hacer despertar al que pasa», sonríe.