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El “pibe chorro” que fue salvado por el arte

Conocido por su seudónimo, Camilo Blajaquis, cuenta cómo el arte le salvó la vida. “Aporto a que las personas vean de otra manera a un pibe que sale de la villa o de la cárcel”.

Haciéndola muy corta: César González es un pibe de 28 años que estuvo preso durante cinco años, primero en el Instituto de Menores Luis Agote y luego en la cárcel de Marcos Paz. La cárcel fue el horror, pero su vida pasada también: la villa, la pobreza extrema, las drogas, los robos y, en el extremo, la complicidad por un secuestro extorsivo.

Haciéndola muy simple: a César lo salvaron los libros. En el penal conoció a un profesor, Patricio Montesano, uno de los tantos que dictaban talleres en el encierro. Eran talleres de magia, pero las palabras “sistema”, “capitalismo” y “clase” también aparecían en la galera.

Resumiendo: César comenzó a leer literatura, historia y a devorar libros de filosofía detrás de las rejas. “En el medio de la mierda”, como lo define él, lograba abstraerse y empezar a entender que el mundo, así como lo veía, no era un truco de magia ni mucho menos un orden natural de las cosas.

Concluyendo: César comenzó a escribir poesía y más tarde una revista clandestina, desde el penal, que se llamaba “¿Todo Piola?” y en la que participaban otros presos. Durante los últimos tres años en la jaula leía y escribía casi con desesperación, y adoptó el seudónimo Camilo Blajaquis. Era para sortear los palos del servicio penitenciario, que no estaba preparado para soportar críticas de un recluso.

Seudónimo   

Camilio por Cienfuegos (revolucionario cubano) y Blajaquis por Domingo, el militante peronista asesinado por la dictadura en 1976 junto a Rosendo García. “Hay que entender por qué Camilo Blajaquis. En la cárcel me torturaban y me rompían los huesos por leer. Esto es literal, no exageración. Me rompían los libros porque le cuestionaba cosas a la psicóloga, a la trabajadora social. Me rompían poemas, no me dejaban tener lapiceras en la celda”, revela.

Pero ya no usa ese seudónimo y ha vuelto a ser César González, un nombre casi genérico que lo identifica más con su historia y sus raíces. “Soy González, hijo de una madre soltera. Lo justo y lo más acorde con mis raíces latinoamericanas o hispanas. Blajaquis es un apellido griego. ¿Qué tengo que ver yo con Grecia, más allá de los libros que leo?”, se pregunta en una charla con el diario LA GACETA de Tucumán . Pero hay otra pregunta más, de las dos partes, y es la más difícil de responder: ¿por qué él sí pudo y otros no?

– Das muchas notas a la prensa. ¿Qué cosas te molesta que te pregunten?

– Que siempre se estén enfocando en mi pasado. No porque lo niegue: estuve en la cárcel, fui un pibe chorro, robé… lo asumo. Pero desde que salí a la calle no paré de hacer cosas nuevas, nunca me quedé en mi historia, en contar que ‘yo fui el que me rescaté dentro de la cárcel’. El primer año seguí publicando mi revista, en la que participaban pibes que antes no sabían ni leer, he dado talleres de literatura en las villas. El primer año que salí filmé mi primer cortometraje, en 2011 escribí mi segundo libro y en 2012 el tercero. El domingo presenté mi cuarto largometraje…

– Pero ese pasado inevitablemente vuelve…

– Todo el tiempo vuelve, porque, por ejemplo, todos los años vuelve a la escena social el tema de la mano dura, del pibe chorro que es un monstruo, el bajar la edad de la imputabilidad, que hay que eliminarlos… Y me están hablando a mí, me están queriendo eliminar a mí, si yo fui ese pibe. ¿Qué pasaba si me eliminaban? No existiría ese pibe que ahora presentan como un ejemplo del mérito…

– ¿Qué sentís entonces?

– No creo que me forreen. Yo estoy muy agradecido por la difusión de mi laburo. A mí la sociedad argentina me ayudó mucho en general, los medios de todo color me han dado espacio para difundir mi laburo en las villas.

– ¿Y qué se logra con esa difusión?

– Mi caso viene a despedazar estereotipos. La difusión sirve para que mucha gente que tiene una idea hecha carne sobre como es “esa gente”, ese otro, nos mire de otra manera. El pibe chorro que es bruto, inferior por naturaleza, violento por decisión… mi existencia viene a desmentir todo eso. Creo que aporto a que las personas vean de otra manera a un pibe que sale de la villa o de la cárcel. Lo digo muy humildemente.

– ¿No te da miedo volver a esa vida anterior?

– No. La cárcel fue una experiencia que me fortaleció muchísimo humana y espiritualmente. Al conocer el límite de la humanidad, el límite de lo inhumano; al ver morir gente al lado tuyo y sacar los cuerpos vos, ver cómo alguien le da una puñalada a otro y muere, estar hacinado, rodeado de ratas, cagado de hambre días enteros… una vez afuera todo me resultó muy fácil. No me sale quejarme acá afuera, por más que esté en la adversidad económica, sin laburo, me acuerdo media hora de la cárcel y me da vergüenza quejarme. Todo lo difícil ya lo viví adentro y antes. No me quedaron horrores por vivir.

– A veces pintan tu historia como que, mágicamente, un libro te cambió la vida… ¿Qué decís sobre eso?

– El libro es importante cuando va acompañado de otra cosa: conciencia de clase, ganas de cambiar las cosas, de una rebeldía de no aceptar las cosas tal cual son. El libro por sí solo no es nada. Porque hay gente que lee y pide muerte, hay gente de derecha que lee, hay gente que apoya la dictadura y lee… El libro por sí solo no ayuda a ser más sensible.

– ¿Y por qué a vos sí?

– Este profesor, Patricio, mi hermano, mi amigo, me trajo libros relacionados con mis problemas, con lo que yo estaba viviendo. No me trajo ciencia ficción ni novela rosa. Me trajo “Vigilar y castigar” de Foucault y yo lo leí estando preso. Es otra cosa. Es otra cosa ser pobre, explotado, castigado, subnormal, subproletario y leer a Marx que leerlo siendo una persona de clase media y sensibilizarte con los pobres. Con el autor que sea pasa lo mismo cuando te habla de tu realidad. Antes de leer todo esto yo pensaba que era natural que fuese pobre, que nací en una villa porque quise, que la gente es pobre porque quiere… Son cosas que hoy muchísima gente cree; hasta antes de leer yo creía que todo lo que me pasaba me lo merecía. Es lo que te dice la gente y te la creés. Entonces leyendo me di cuenta: ‘ahh, no es natural la pobreza; es, como mínimo, una consecuencia de un sistema’. Y me pregunté cuándo nació la villa en la que yo nací, que había una dictadura en el país, entonces te das cuenta ‘ah, no fue tan casualidad’. Hay una explicación de por qué unos nacen en una villa y otros en un country.

– ¿Y por qué vos lo podés entender y tu compañero de celda no, por ejemplo? ¿Te lo preguntás?

– (Silencio) Me lo pregunto y mucho. Y no es que soy el único, hay mucha gente haciendo cosas. Pero sí hay un hecho que me ayudó y sobre todo al leer los libros de filosofía -que es lo que más leí y leo-, y es el hecho de saber que el pensamiento no tiene que estar manchado por el moralismo. La mayoría de los seres humanos medimos las cosas entre lo bueno y lo malo: sos malo porque robás, pero sos bueno porque sos albañil; no importa que le pegués a tu mujer cuando volvés de la obra. Yo no creo que el trabajo dignifique… o al menos no creo que necesariamente dignifique. Nietzche y varios autores más me ayudaron a reflexionar sobre la moral y a evitar que los pensamientos se corrompan con la moral.

– ¿Cómo hacías y hacés para concentrarte en tus lecturas y pensamientos estando rodeado de adversidad?

– Es difícil. Yo leo y me tengo que abstraer de la mierda y más en un contexto de cada vez mayor desocupación y pobreza… Hoy en día me golpean la puerta de mi casa en la villa para pedir mercadería, antes me preguntaban si sabía de algún laburo… Y matan un pibe que es amigo tuyo, o que un amigo mató a alguien robando… ¿Cómo hacés para concentrarte? Es muy difícil, pero bueno…

– ¿Y cómo hacés para llegarle a un pibe que acaba de matar a otro, por ejemplo?

– Intento, es lo que hago. Tampoco es que un pibe inmediatamente deja la droga o de robar por leer un libro, pero al menos por un rato se aferra a otra realidad. Lo hago sentir artista, le digo que todo lo que le dice la gente no es tan así. Pero tampoco es solo con palabras, porque con palabras la gente no se viste, ni viaja en el colectivo, ni paga la luz. Los libros no se comen. Yo tampoco le puedo exigir tanto a un pibe cuando no le puedo dar algo que le cambie su realidad, un salario una beca.. Nunca tuve esa posibilidad, ni con el Gobierno anterior ni con este, nunca me convocaron para armar algo así. Dentro de lo que puedo, trato de ayudarlos porque hasta su propio entorno los abandona. A mí, si no venía a ayudarme alguien… Yo solo no logré nada, ¿eh? Patricio me llevaba libros pero también me llevaba comida, me alentaba, me explicaba las palabras que no entendía… Durante tres años fue así.

– ¿Por qué él lo logró y no otros profesores en la cárcel?

– Desde el primer momento hubo algo distinto en Patricio. Todos los talleristas que iban a dar clases allá adentro lo hacían en la escuela, con presencia del Servicio Penitenciario. Y él, desde el primer segundo entró al pabellón sin custodia. Ese gesto para nosotros no fue insignificante. Nos dejó en shock: ¿cómo que entrás? ¿No tenés miedo? ¿No escuchaste que acá te vamos a violar y te vamos a matar? ‘Nada de miedo’, dijo. Fue una forma de hacernos sentir personas sin necesidad de un discurso, sin bajar línea. Fue un gesto.

– ¿Cuántos se prendieron?

– Se prendieron todos porque su excusa era dar un taller de magia. Un ejército de pibes lo seguía, se copaban. Pero yo nunca le di bola a eso, me parecía una pelotudez la magia. Pero él tiraba algunas cosas: ‘ustedes no son monstruos’, ‘esto es un sistema’, ‘el capitalismo’. Pa, pa, pa, en el medio del truquito. Yo comencé a entablar una relación con él al final del taller, le preguntaba sobre algunas de esas cosas que él tiraba y él me explicaba.

– ¿Pero por qué en vos sí prendieron esas semillas y en otros no?

– Hay algunos que se prendieron, pero no tuvieron la fortaleza espiritual que tuve yo…

– ¿Hay algo de tu pasado que que haya habilitado esa fortaleza?

– Me cuesta mucho pensar eso. Soy hijo de madre soltera, mi mamá me tuvo a los 16 años, hasta los 17 yo no había tocado un libro más que los de la primaria, que la terminé sin repetir un solo año. En la escuela había leído libros muy banales, que no cuestionan ni explican.

– ¿Qué pasa si el título de esta nota es “un pibe salvado por la cultura”?

– No estoy de acuerdo. A mí no me salvó la cultura. A mí me salvó el arte. La cultura es otra cosa, es un sistema de valores y tradiciones de una sociedad dada. Soy de esta sociedad, pero no avalo los valores de la sociedad capitalista. La cultura es todo lo legitimado. Está bien la frase. Pero si a mí me salvó algo fue el arte.

– ¿Salvado está bien?

– Está bien. Suena religioso, eclesiástico y hasta mesiánico, pero fue así. No se me ocurre otro verbo. No estaría vivo. Antes de tener una inquietud por el cine o la literatura no veía las horas de salir y seguir robando. No estaría vivo

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