Primeros chispazos entre Alberto Fernández y La Cámpora
Dentro del Frente de Todos ya se desató una lucha interna por conformar un eventual gobierno, mientras la ex presidenta mantiene un “silencio estratégico”.
Alberto Fernández es tal vez el único dirigente político, además de Máximo Kirchner, que puede subir el tono de voz cuando discute con quien lo ungió como precandidato a Presidente, Cristina Fernández. Varias de las reuniones que mantuvieron en el último tiempo escalaron con argumentos enfrentados, confiaron a Clarín fuentes que experimentaron cómo se palpita en el Frente de Todos la posible llegada al poder.
Es una dinámica lógica entre personas con carácter fuerte como ambos Fernández. Son, además, dos amigos, socios políticos, muy conocedores uno del otro. Esa sociedad no se va a romper. ¿Pero quién manda? ¿Ella o él? El tiempo dirá. Antes de las las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias (PASO), y después de esos comicios simbólicos, pero que trastocaron el poder en la Argentina, Alberto Fernández buscó instalar con declaraciones públicas que el Presidente, si es finalmente electo, será él. A una semana exacta de las PASO, lo dijo así: «Hay un enojo muy grande todavía con Cristina y con el peronismo. No hay otra explicación. Hay que ser franco, y explicarle a la gente que nosotros tenemos que construir otro tiempo», afirmó en una entrevista radial el 4 de agosto pasado. Siete días después su ánimo era otro. El peronismo se sueña de nuevo en la Casa Rosada. Y por eso empezó la lucha por conformar un posible nuevo Gobierno.
Este escenario provocó que hasta se distanciaran por ideas los dos jefes más importantes de la agrupación más leal a Cristina, La Cámpora, administrada por su primogénito, Máximo.
El diputado Eduardo «Wado» De Pedro prefiere pasar más horas en «México», las oficinas de Alberto Fernández que están ubicadas en esa calle porteña, que en el «Instituto Patria», el comando político de Cristina. Junto a ella está, siempre firme, el otro jefe «camporista», Andrés «El Cuervo» Larroque, que no acepta el discurso público más dialoguista de Alberto, y que jamás hubiese tendido alianzas con dirigentes que él considera «traidores» al kirchnerismo.
La misma sensación tienen otros referentes del «cristinismo» más radicalizado, como la titular de las Madres de Plaza de Mayo, Hebe de Bonafini.
O dos ex funcionarios que siguen trabajando a tiro de pocos pasos de su Jefa, como en la Casa Rosada pero ahora en el «Patria», el ex secretario presidencial, Oscar Parrilli; y el ex secretario Legal y Técnico, Carlos Zannini. Viejos hábitos. Mismas voces, otros ámbitos. Ninguno de los dos tiene una relación política armónica con Alberto Fernández, desde que éste fue Jefe de Gabinete de Néstor Kirchner. Están junto a Cristina pero si fuera por el otro Fernández no volverían a la Casa de Gobierno si él fuera el Presidente. Lo mismo que el ex secretario de Comercio Interior, Guillermo Moreno, a quien Fernández (Alberto) fustigó en público por su intervención del INDEC y la defensa que solía hacer del cepo al dólar. Fernández era aun jefe de Gabinete cuando el ese organismo fue intervenido, aunque durante el liderazgo de Moreno se transformó en una aquelarre gubernamental. Es cierto que el primer paso estaba dado.
Alberto dice que ese pasado debe ser dejado atrás. «Si seguimos con la confrontación no va a haber futuro posible, todos tenemos que bajar en el enfrentamiento de la grieta, no habrá futuro si en la Argentina se sigue viviendo así», repite en la intimidad y también en público.
Cristina pasa este tiempo de campaña en silencio estratégico, más allá de la visita a su hija, quien viajó a Cuba para tratarse problemas de salud. Ella no quiere hablar.
Fernández, aseguran en su entorno, busca ampliar la cantidad de votantes que obtuvo el Frente por Todos en las PASO. Recibe a empresarios que antes militaban en favor de Mauricio Macri, otro gesto que le duele al «cristinismo» más radicalizado.
Quien lo visitó con mayor repercusión pública fue el fundador y CEO de la web Mercado Libre, Marcos Galperín.
Fernández (Alberto) recibió a este emprendedor exitoso aunque debido a políticas de su empresa es resistido por aliados del Frente por Todos, como el titular de la Confederación del Trabajo y la Economía Popular, Juan Grabois; y los secretarios generales de dos gremios de peso dentro del sindicalismo PJ-K, el camionero Hugo Moyano y el representante de los bancarios, Sergio Palazzo.
Fernández fue el más votado en las PASO y Galperín pidió verlo. El encuentro fue inmediato. Fuentes cercanas a Fernández, reconstruyeron ante Clarín lo que habría planteado el CEO muy identificado con el macrismo»: «Para que empresas como la mía funcionen, tiene que haber una lógica laboral en nuestro mercado». Alberto se habría comprometido a cumplir con ese pedido. Tanto Moyano como el más conciliador Palazzo buscan afiliar a empleados de las compañías de Galperín en sus sindicatos.
Ninguno de ellos criticó a Alberto por esa reunión.
Pero sí lo hizo Grabois.
En una columna difundida por el portal Infobae, el jefe de la CTEP, escribió una especie de advertencia para el candidato a presidente -que después intentó minimizar-, aludiendo a la literatura atribuida al poeta griego Homero: «En los próximos meses, Alberto se enfrentará a sus poderes mitológicos. Como Ulises, estará sometido a los influjos del canto de las Sirenas Neoliberales. Aférrate bien al mástil de tu barco, Alberto….».
El dirigente Grabois logró el consenso en una coalición del PJ: no lo quiere ni la agrupación La Cámpora ni los allegados a Alberto Fernández.
Si éste último es Presidente, Grabois ocupará un cargo público solo si lo pide su amigo muy influyente: el Papa Francisco.
Fernández continuará despegándose del «cristinismo» más reaccionario en los próximos días. Aunque en público quizás demuestre lo contrario.
Usará el equilibrio para aludir al tambien precandidato más votado en Buenos Aires, Axel Kicillof, a quien su economista más consultado Guillermo Nielsen, trató hace pocas semanas de «ignorante», entre otras críticas. Después se desdijo y pidió disculpas.
Kicillof presiente los nuevos tiempos K y se presente ante esos interlocutores del peronismo más ortodoxo de este modo: «Yo no soy La Cámpora, soy Cristina».
Fernández (Alberto) también continuará admitiendo que hubo corrupción en el Gobierno K.
Pero solo la circunscribirá al organismo cuyo jefe fue Julio De Vido, el Ministerio de Planificación Federal, donde trabajaban dos ex secretarios de Estado que están presos como su ex jefe, José López y Ricardo Jaime.
En cuestiones judiciales, Alberto no se moverá un centímetro. Jura y jurará que que Cristina «es absolutamente inocente» en todas las causas judiciales en las que es acusada de cometer delitos con dinero público.
Su objetivo es ser Presidente de la República. No «cristinista». Sí peronista.
¿Hay diferencias?
Ella, si todo sale como ambos esperan, será su vice.
CLARIN