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Verano en Brasil: cinco playas nuevas

Con 8.000 kilómetros de litoral, si algo le sobran al país vecino son playas; encontrar destinos alternativos, diferentes de los clásicos, siempre es posible.

as vacaciones en playa tropical siempre tienen algo de ensueño, con aguas templadas y palmeras, y el efecto que la distancia imprime y acelera el idioma portugués. Brasil nos «activa» a los argentinos la idea de tirarnos en una reposera a tomar caipirinha. Miramos el mapa y las opciones se multiplican.

Caraíva. Soledad Gil

Caraíva.

Florianópolis, Praia do Forte o Maceió pueden ser opciones de los primerizos. Quienes ya las conocen suelen seguir por Arraial do Cabo, Rosa, Pipa. Encontrar nuevas playas siempre es una motivación. Muchas veces un acceso difícil, con barco, lancha, y sin auto, es parte de esa «novedad». El precio de la distancia suele compensarse con el beneficio de arenas menos concurridas, donde sentirse pionero.

Taipu de Fora

Aislada en la Península de Maraú, se llega sólo en barco o 4×4.

Taipu de Fora. Gentileza Taipu de Fora.

Taipu de Fora.

La mejor opción para llegar es dejar el auto en Camamu y atravesar el río Acaraí en lancha o barco. Barra Grande, en el extremo de la península, es la base de servicios de toda la región.

Tiene apenas una iglesia y una plaza donde se arman rodas de capoeira al caer la tarde. Ojo, no hay cajeros automáticos. Desde allí parten las jardineiras y camionetas que llevan a los turistas a las piscinas naturales de Taipu de Fora. Su costa, repleta dearrecifes de corales, es un paraíso para hacer snorkeling en aguas templadas y con una visibilidad que alcanza los 20 metros.

Taipu de Fora

En Barra Grande también se puede alquilar un cuatriciclo (no está permitido bajar a la playa con él) o contratar excursiones para conocer Cassange y Bombaça.

Quien tenga 4×4 puede entrar por el sur, y seguir hasta Itacaré para empalmar con los 40 km de tierra de la BR-030. De julio a octubre, durante la época de reproducción, la península ofrece un plus: el avistaje embarcado de ballenas Jubarte.

Boipeba

Al sur de Morro de São Paulo, una isla de pescadores donde aún no llegan los resorts.

Boipeba. Gentileza Boipeba.

Boipeba

Llegar no es fácil: hay que volar a Salvador, cruzar en ferry a la isla de Itaparica, tomar un ómnibus o un taxi hasta Valença -unas tres horas- y una lancha de una hora a Boipeba. También hay jets que salen diariamente de Salvador a Morro de São Paulo, el destino que era un aldea secreta hace 20 años, pero que ya se hizo demasiado popular.

El pueblo principal de la isla es Velha Boipeba, con calles de adoquines y la iglesia del Divino Espíritu Santo, de 1616, en lo alto de la ladera.

A la isla bahiana hay que caminarla, primero porque no hay autos -aunque cada vez hay más moto taxis-, pero sobre todo porque ahí está la gracia. A Boca da Barra, la playa donde llegan las lanchas y está llena de restaurantes, le siguen las desoladas Tassimirim, Cueira y Moreré. Con marea baja, se llega a Moreré en menos de dos horas, andando por la arena. También hay un tractor que sale de Velha Boipeba.

Boipeba

En Moreré, donde viven apenas 400 personas, no hay empedrado, las calles son de arena y el ambiente es mucho más tranquilo. Hay posadas rústicas y de lujo, muchos europeos, pocos restaurantes y piscinas naturales que aparecen cuando al mar se lo traga la tierra.

La playa que está de moda es Ponta dos Castelhanos: arena pálida, arrecifes, todos los tonos de turquesa en el mar y barracas donde sirven caipiroskas de cacao, cajá, carambola, graviola; pasteles de camarón y langosta.

No hay señal de celular, ni bancos, ni cajeros. El último lugar para extraer dinero es Valença. Algunos restaurantes, hoteles y mercados ya aceptan tarjeta, pero no es lo más habitual, así que el efectivo es indispensable.

Caraíva

Un pueblo peatonal, con calles de arena, a 35 km de Trancoso.

Caraíva. Soledad Gil

Caraíva.

Del otro lado del río Caraíva, el acceso tampoco es fácil. Se llega desde Trancoso por ruta de tierra, bastante poceada, y hay que dejar el auto en el estacionamiento a la vera del río, cruzarlo en bote y lanzarse a andar por las calles de arena. Si se llega con maletas e intención de quedarse, en lugar de ir de visita por el día, es preciso buscar una carroça (carro tirado por caballos) que lo lleve a uno hasta la posada. Cada vez son más los que eligen Caraíva como destino de sus vacaciones, alternando los días de playa con los paseos por su ancho río.

La rivalidad con Trancoso es un poco como la «pica» entre Valizas y La Pedrera, que son destinos cercanos, pero diferentes. En Caraíva no hay grandes marcas, ni resorts. La energía eléctrica llegó en 2007, pero las calles de arena siguen a oscuras. El pueblo de 700 habitantes se desarrolla todo en la pequeña porción de tierra entre la desembocadura del río y el mar. Cuando cae la noche, la luz de las velas es la que mejor le sienta a los restaurantes que dan sobre «la» calle por la que pasan todos, turistas, locales y carroças (carros tirados por caballos que hacen las veces de flete, remise y botones, puesto que son los encargados de llevar y traer las maletas).

Caraíva

Durante el día las opciones son las mismas dos: la playa (en versión chique con camastro y servicio de restaurante, o en más popular de las barracas que sirven petiscos con vajilla descartable), o el paseo en el río en cámara de neumático o bóia, que se realiza con marea alta. Las embarcaciones llevan al grupo hasta el manglar con la corriente en contra y lo dejan bajar a favor de la corriente, flotando a su ritmo hasta llegar al pueblo. Una delicia de agua dulce que contrasta muy bien con los días de mar.

Carneiros

A 8 km de Tamandaré, es la alternativa de Porto de Galinhas.

Carneiros.

Carneiros.Carneiros encarna la postal de playa ideal: incontables coqueiros, 6 km de arena fina, mar calmo y cristalino, dos ríos (Formoso y Ariquindá), manglares, lenguas de arena que se dibujan y desdibujan según la marea, piscinas naturales. Ubicado a una hora de Porto de Galinhas conserva cierta exclusividad debido a su acceso restringido por tierra: como se atraviesan propiedades privadas, solo se puede llegar mediante excursiones por el día o merced al traslado que efectúan las posadas para sus huéspedes. No es un pueblo; apenas un puñado de paradores, posadas y restaurantes. Todo se resuelve dentro de los alojamientos, donde ofrecen la comida y los paseos en catamarán a los manglares, las piscinas naturales y a una isla cercana en la que hay arcilla fresca para hacerse baños.

Carneiros

Por esa razón, es ideal para parejas o familias con niños pequeños, pero no tan recomendable para ir con adolescentes.

Muy bien conservada está la pequeña iglesia de São Benedito, del siglo XVIII. Construida sobre la playa y rodeada de palmeras, es escenario romántico de numerosos casamientos y la imagen más difundida de Carneiros.

Barra de Ibiraquera

Asoma como una variante más rústica y natural a la próxima Praia do Rosa.

Barra de Ibiraquera. Guillermo Llamos

Barra de Ibiraquera.

Todavía tiene bajo perfil, pero cada vez menos. El secreto se desparrama con facilidad en esa zona de Santa Catarina. Barra de Ibiraquera tiene un conjunto natural exótico y cambiante que permite aprovecharla de distintas maneras. Se trata de una playa ancha y larguísima, con enormes dunas en uno de sus extremos, rocas en el otro y una laguna enorme a su espalda, todo rodeado de morros que se acercan y se alejan siempre exuberantes. Lo más atractivo del lugar es, sin dudas, el encuentro entre la lagoa y el mar, que tanto puede estar abierto o cerrado -según lo decida Madre Natura-, lo que le da una impronta diferente cada vez. El mar entra y trae sus peces y crustáceos, o se aleja y deja que la arena los distancie. Así, la lagoa cerrada es el mejor lugar para nadar, animarse al kayak, al stand-up paddle o a la mismísima pesca. A su lado, a pocos metros, hay otro escenario. El viento, que se siente pero que definitivamente no molesta, imprime su fuerza en el oleaje del mar que se vuelve ideal para el surf o el kitesurf. Más agreste, pero con todos los servicios a distancia prudencial, es uno de esos lugares a los que se quiere volver, pero sin hacer demasiado aspaviento.

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