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Que los medios hablen mal, pero que hablen: Cristina Kirchner, como Donald Trump

Igual, su contrincante no será Mauricio Macri, sino María Eugenia Vidal. Será una batalla bíblica, donde la joven gobernadora será David y la ex presidente, Goliat.

Es probable que Cristina Elisabet Kirchner esté viviendo por estos días un proceso similar al que vivió Juan Domingo Perón cuando se fue del poder, es decir, comprendiendo el rol de los medios en la sociedad desde una perspectiva más realista y menos paranoica. Quizás, como Perón en el exilio, ya no piense que necesita arrodillar a los medios independientes como condición inherente al ejercicio del poder. Esa famosa frase del líder muerto, «llegué con todos los medios en contra y me fui con todos los medios a favor», finalmente, no es exactamente el caso de la ex presidente, porque tuvo los medios bastante benévolos cuando llegó y cuando se fue estaban divididos en dos, los que la defendían fanáticamente y los que la criticaban con firmeza. Sin embargo, ya pudo percibir en carne propia que las cosas no eran exactamente como las había pensado.

En efecto, cuando gobernaba la Argentina, se enfurecía cuando los canales de noticias «entraban en cadena» con alguna noticia que no la beneficiaba, como las manifestaciones del campo o el trágico accidente en el Ferrocarril Sarmiento o el lanzamiento de la candidatura opositora de Sergio Massa en el 2013. Lo atribuía a la macabra digitación de un ser maligno y su ristra de genuflexos ignorantes dispersos en los más diversos medios, que coincidían en la defensa de intereses mezquinos y oligárquicos. Esos mismos medios, sin embargo, transmitieron al unísono su acto en el Club Arsenal de Avellaneda.

En este caso, concluyó,  los canales estaban dándole cobertura a un evento de enorme interés para la ciudadanía, su regreso a la arena política, al centro mediático. También percibió que los periodistas de todos los espectros quieren entrevistarla, mantener un diálogo con ella, aunque no cree que valga la pena el «riesgo». Tal vez, piensa, los medios no sean tan importantes para la llegada al poder en estos tiempos

Al igual que Cristina en sus tiempos de senadora, cuando Perón era secretario del Ministerio de Guerra y, posteriormente, Secretario de Trabajo, tenía un trato habitual con los periodistas. Fue cuando conoció a Raúl Apold, un influyente periodista del diario El Mundo pero que también era productor de espectáculos, o a Enrique Wehmann, de una agencia de noticias que fue el germen de Télam, y a Raúl Correch, de La Nación, por nombrar algunos de las decenas de contactos que mantenía a diario. Al llegar a la Presidencia, no solo perdió el trato habitual con los hombres de prensa, sino que empezó a exigirles a través de decisiones cada vez más dictatoriales que abandonen su vocación libertaria, para someterlos al dictamen de una voz única, la del gobierno y su Subsecretaría de Prensa y Difusión, manejada justamente por Apold.

En el exilio volvió a recibir periodistas. Desde Tomás Eloy Martínez hasta Esteban Peicovich, por entonces jóvenes inquietos de poca trayectoria, es decir, profesionales que todavía no tenían el enorme prestigio que después ganaron y que, por el contrario, utilizaban la figura de Perón para trascender en el país.

Fue la ausencia de poder lo que hizo de Perón un hombre más sabio en cuanto al manejo de la opinión pública, aunque no lo transformó tanto como para volverlo respetuoso de los valores republicanos. De hecho, no solo siguió manipulando las distintas fracciones de su movimiento hasta el punto de llevarlos a una virtual guerra civil, sino que implementó la Triple A. Como si fuera poco, colocó a María Estela Martínez como vicepresidenta, una sucesión que a todas luces sería inviable.

Igual que él, Cristina Kirchner está sufriendo una transformación en su virtual «exilio» del poder. Apela a las herramientas que el PRO aprendió a utilizar cuando Mauricio Macri era jefe de Gobierno de la Ciudad, mucha estrategia y redes sociales. «Otra cosa no podemos hacer, tenemos muy poca plata», le explicó varias veces el entonces secretario general del gobierno porteño, Marcos Peña, a Infobae. Esa limitación económica los obligó a agudizar la creatividad con la que llegaron a la Presidencia.

La ex presidente ya no puede hacer «cadenas nacionales» para dar largos discursos, ni atiborrar Fútbol para Todos con los avisos publicitarios de su gobierno, tampoco poner cartelería en rutas y obras públicas varias veces inauguradas y pocas veces terminadas. Tampoco entrevistarse con periodistas de distintos medios ni convocar a una conferencia de prensa para contestar preguntas durante más de una hora, como lo hizo Florencio Randazzo al lanzar su candidatura por el Partido Justicialista el pasado jueves. Cristina sigue siendo fóbica a la pregunta periodística no condicionada.

En cambio, puede cambiar su estrategia, trabajar centralmente la cercanía y las redes sociales y hacer del peso que le significa que la mayoría de los medios hablen mal de ella, una virtud.

El espejo que un grupo que trabaja para la candidata a senadora está mirando es el caso de la campaña que tuvo como contendientes a Hillary Clinton, que recibió el respaldo de 229 diarios norteamericanos y 131 semanarios, frente a Donald Trump, que apenas tuvo el aval de 9 diarios y 4 semanarios. Ya sabemos cómo terminó, lo que fue analizado para la Revista Anfibia por el periodista argentino Pablo Boczkowski, quien ya en el 2015 había escrito:

«… (las organizaciones periodísticas) esperarán que la cobertura noticiosa de la campaña electoral importe mucho, y por lo tanto actuarán de acuerdo con su habitual fanfarria. Pero esta cobertura probablemente cumplirá un papel secundario respecto de las prácticas de comunicación más centrales y mundanas que conectarán a los líderes políticos con la ciudadanía en las redes sociales».

Boczkowski percibió, justamente, que Trump tenía el doble de seguidores en las redes sociales que Hillary y que «la divergencia de tendencias entre los medios de noticias y los medios de comunicación social ocurre en un periodo histórico en el cual ha habido una contracción dramática en los primeros y una expansión fenomenal de los segundos». Se comprueba que las personas no politizadas visitan las redes sociales más de una docena de veces al día, en promedio y ninguna vez los medios tradicionales, plagados de información electoral que, aproximamente, va a un mismo grupo de personas, el más interesada en política. Por lo que concluye que «el consumo de medios de comunicación social se ha convertido en una actividad preponderante en el tiempo no dedicado a trabajar o a dormir».

Esa constatación, más el hecho palmario de que ya no tiene los recursos del Estado para hacer propaganda, es lo que enfocó la estrategia de Cristina en la comunicación a través de las redes sociales, que exigen un vínculo distinto al de la comunicación vertical tradicional. Pero todavía le resulta más atractivo lo otro, el hecho de que aún hablando mal, su figura esté en el centro de las noticias y comentarios, aún para hablar de la propia corrupción de su gobierno, poniéndola al centro de la comunicación, como cuando era gobierno.

«Cristina como Trump», el nuevo sueño de la secta que la lleva como candidata, está basado en la convicción de que los votos que sacará Unidad Ciudadana en las PASO la colocarán fácilmente en el segundo lugar de la contienda electoral de la provincia de Buenos Aires, lo que le permitirá captar los votos del PJ y el FR en las generales, colocándola como segura ganadora frente a Cambiemos.

Trump, en su primer discurso como presidente electo (Reuters)
Trump, en su primer discurso como presidente electo (Reuters)

Como Trump, busca domesticar al Partido Justicialista desde afuera, obligándolo a respaldarla cuando no tenga otra alternativa. Como Trump, quiere que todos los medios hablen de ella, aunque hablen mal. Como Trump, pretende que puede ganar con los indignados del nuevo modelo.

Es una buena idea, por cierto, mucho mejor que repetir fórmulas que se mostraron inservibles en el 2015, incluso en el 2013. Pero tiene algunos problemitas. No solo que Trump ganó en un colegio electoral, ya que en votos Hillary lo superó largamente. Tampoco que la elección que consagró a Trump fue nacional, no circunscripta a un solo estado. Y decenas de cosas que podríamos decir.

Lo definitivamente crucial es que, con todos los defectos que tiene, Trump es lo nuevo en los Estados Unidos, así como Macri -y  sus defectos- es lo nuevo en la Argentina. Ambos son expresiones de una búsqueda de cambio que podrá salir mejor o peor, dependerá de muchos factores, pero la gran mayoría de los argentinos lo único que tiene claro es que no quiere volver atrás.

Además, el contendiente de Cristina será la gobernadora María Eugenia Vidal, una mujer que es vista por la ciudadanía como lo suficientemente fuerte como para encarar luchas que nadie se animó, y lo suficientemente débil como para necesitar el respaldo de cada ciudadano y ciudadana, ya que las mafias la amenazan aquí y allá.

Aunque Vidal esté en el poder, ella es como David, el pastorcito joven que pelea con una honda y cinco piedras lisas -sin espada- contra el gigante Goliat, que se las sabe todas. David ganó solo porque impuso sus virtudes contra las del adversario, simplemente manejando lo que por entonces era alta tecnología -la honda- y moviéndose rápidamente y con gran destreza frente al gigante. Los israelitas tenían miedo a los filisteos, que eran agresivos y patoteros. Pero David no tenía miedo porque sabía que tenía ganada la batalla antes de pelearla. Así es como pudo tirarle la piedra en el medio de la cabeza que mató a Goliat, sin jactarse, solo haciendo lo que tenía que hacer.

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